“Y allí, ¡nadie
tiene la culpa! La policía se lava las manos, diciendo que ellos no tienen la
alcaidía para refugio de menores sin hogar. Los maestros se disculpan,
observando, y con razón, que todo aquello que les pueden enseñar a los chicos
es anulado por los mayores delincuentes que conviven en el conjunto. El director
del establecimiento, a su vez, arguye que el edificio es pequeño y que él no
puede hacer milagros […]”. (*)
La 7 de marzo
y Maciá debe ser la esquina más ruidosa de Santo Tomé, uno no puede ni
escucharse los pensamientos. Descarto el cafecito en Bizarro porque se me antojó
un helado. Camino hasta Iriondo. En
la heladería no hay nadie más que yo. La pareja llega en bicicleta, tienen
catorce o quince años. Ella le dice preguntá cuánto cuesta, y se queda afuera medio apoyada en la bicicleta.
Él entra y la empleada se para firme detrás del mostrador. Le echa una mirada
entre asustada y alerta a su compañera de trabajo que deja el trapo con que
repasa las heladeras y se para junto a ella. Helado, dice él. Y se queda esperando. Las empleadas
siguen firmes. Yo dejo la cucharita clavada en el chocolate y me preparo para
cualquier cosa. Helado…de dulce de leche, dice él aclarando el pedido. Una de
la muchachas le recita los precios, del kilo, del medio, del cuarto. Él no contesta y la empleada repite los
precios. Él se da media vuelta y sale. La chica lo espera parada al costado de
la bici sosteniéndola por el manubrio. Él se acerca y la mira; yo no puedo ver
cómo la mira, pero sí veo los ojos de ella, que lo miran a él como diciendo: No
se puede, bueno no te preocupés, otro día, pero no se lo dice y comienza a
caminar con la bici a la par; con él que la sigue con la cabeza baja. Portación
de cara, pienso; de cara y ropa gastada y piel oscura; y me avergüenzo.
“Se ha llegado al colmo de lo irrisorio, y las contradicciones son ya tan monstruosas que la única conclusión que se desprende del examen de ellas, es la siguiente: Nuestra sociedad, con o sin culpa, está fabricando delincuentes. Y los jueces lo saben. No pueden ignorarlo; están en la obligación de no ignorarlo”. (*)
(*) Roberto Arlt; Tratado de delincuencia –Aguafuertes inéditas-. Biblioteca Página/12, junio 1996.
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