lunes, 5 de julio de 2021

Caminantes de la costa

 


Santa Fe se oculta tras el sol, el puente oscila hacia arriba y hacia abajo, levemente, incansablemente, sobre sus pilares flotantes. Resiste el paso de los vehículos y resiste el tiempo.
Caminaba, creo que no pensaba en nada hasta que la vi. Pesará uno cuarenta kilos máximos y le calculo entre 40 y 45 años aunque la extrema delgadez tal vez haga que me engañe. Camina con rigor, pisa fuerte, da pasos largos siempre mirando para abajo, en la mano izquierda lleva una llave, la mano fuertemente apretada blanquea en los nudillos. Viste un conjunto deportivo que parece un pijama, es color verde militar. Blanca, quiero decir que es una mujer rubia con el pelo echando algunas canas.  Más allá, en sentido contrario un hombre entre cincuenta y sesenta, con bastón y andar dificultoso, ondulante; su cuerpo se ondula a cada paso recordándome el desplazarse de las culebras sobre la arena. Antes, hasta no hace mucho, corría y después cruzaba el río a nado en zigzag desde la playa hasta el anfiteatro, iba y venía de costa a costa, las zapatillas provisoriamente abandonadas para ser calzadas con los pies cargados de río y seguir corriendo. Antes cuando la enfermedad no era evidente como ahora.
No sé sus nombres, no sé nada de ellos, solo sé de sus caminatas, pero los siento conocidos porque los veo desde hace años, todos los días.
Ambos con sus enfermedades a cuestas y resistiendo, su caminata es su forma de resistir. Pienso que algún día no los veré más y me asombro de mi optimismo respecto de mi propia vida, la que me queda quiero decir.
Al cruzar junto a mí, ninguno de los dos me saluda, una con la mirada en el piso, el otro con la mirada en un horizonte que solo él puede ver.

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