“Y allí, ¡nadie
tiene la culpa! La policía se lava las manos, diciendo que ellos no tienen la
alcaidía para refugio de menores sin hogar. Los maestros se disculpan,
observando, y con razón, que todo aquello que les pueden enseñar a los chicos
es anulado por los mayores delincuentes que conviven en el conjunto. El director
del establecimiento, a su vez, arguye que el edificio es pequeño y que él no
puede hacer milagros […]”. (*)
No; no es una trascripción de lo que escuché
esta mañana en la radio. Podría ser pero no. Es Arlt, sus aguafuertes inéditas,
28 de Octubre de 1932, para más datos. Es que “el problemita” con los menores, como
escuché hoy decir, viene desde hace un tiempito atrás. Entre los legislados, cada
tanto, uno u otra, cree que descubrió la pólvora. “No sé, mi trabajo es
legislar”, contestó una diputada que estaba convencida de que había que bajar la edad de imputabilidad de los menores a 12 años. El periodista le había dicho que si no le parecía que había que buscar
soluciones de fondo y no sólo de forma; que si no le parecía que entre todos
estamos construyendo una sociedad que de alguna manera forma delincuentes. Al
escuchar la respuesta el periodista se calló un ratito, supongo que para
respirar hondo.
“[…] el
juez de menores y los defensores, no sé de qué modo se justifican; los médicos
que aseguran que un menor es un degenerado cuando no lo es, que no lo es cuando
lo es, afirman los maestros, prácticos en esto de analizar chicos […]”. (*)
Arlt, el periodista, y más de setenta años
en el medio. Imposible seguir leyendo porque a esta hora,
la costanera se va poniendo helada, así que me levanto y camino.
La 7 de marzo
y Maciá debe ser la esquina más ruidosa de Santo Tomé, uno no puede ni
escucharse los pensamientos. Descarto el cafecito en Bizarro porque se me antojó
un helado. Camino hasta Iriondo. En
la heladería no hay nadie más que yo. La pareja llega en bicicleta, tienen
catorce o quince años. Ella le dice preguntá cuánto cuesta, y se queda afuera medio apoyada en la bicicleta.
Él entra y la empleada se para firme detrás del mostrador. Le echa una mirada
entre asustada y alerta a su compañera de trabajo que deja el trapo con que
repasa las heladeras y se para junto a ella. Helado, dice él. Y se queda esperando. Las empleadas
siguen firmes. Yo dejo la cucharita clavada en el chocolate y me preparo para
cualquier cosa. Helado…de dulce de leche, dice él aclarando el pedido. Una de
la muchachas le recita los precios, del kilo, del medio, del cuarto. Él no contesta y la empleada repite los
precios. Él se da media vuelta y sale. La chica lo espera parada al costado de
la bici sosteniéndola por el manubrio. Él se acerca y la mira; yo no puedo ver
cómo la mira, pero sí veo los ojos de ella, que lo miran a él como diciendo: No
se puede, bueno no te preocupés, otro día, pero no se lo dice y comienza a
caminar con la bici a la par; con él que la sigue con la cabeza baja. Portación
de cara, pienso; de cara y ropa gastada y piel oscura; y me avergüenzo.
“Se
ha llegado al colmo de lo irrisorio, y las contradicciones son ya tan
monstruosas que la única conclusión que se desprende del examen de ellas, es la
siguiente: Nuestra
sociedad, con o sin culpa, está fabricando delincuentes. Y los jueces lo saben.
No pueden ignorarlo; están en la obligación de no ignorarlo”. (*)
Al rato nomás, mientras el chocolate me
sabía un poco amargo me acordé: “Contemplaba al mundo que acababa de entrever con la
mirada fría, que es la mirada definitiva, y veía en él, el matrimonio, pero no
el amor; la familia, pero no la fraternidad; la riqueza, pero no la conciencia;
la hermosura, pero no el pudor; la justicia pero no la equidad; el orden, pero
no el equilibrio; la autoridad, pero no el derecho; el esplendor, pero no la
luz”. No, no se equivoque, no sigo citando a Arlt
ni me acordé de la editorial de la radio; es
Víctor Hugo; El hombre que ríe,
1869. Sí señor…1869 ¿qué me dice, eh?
(*) Roberto Arlt; Tratado de delincuencia –Aguafuertes inéditas-.
Biblioteca Página/12, junio 1996.