Roverano y Cuatro de Enero, ocho menos cuarto de la mañana. El invierno
apoyado sobre los techos y los hombros. Camino, no literalmente, claro, mi auto
me lleva a caminar. Mi recorrido al azar lleva casi una hora y hasta este
momento nada había llamado mi atención. Entonces lo veo. Va sentado e inmóvil. No
levanta la cabeza. Va sentado y con el cuerpo acurrucado, levemente doblado
hacia delante formando un arco, cabeza
cuerpo piernas forman una medialuna. Lleva las manos en los bolsillos, las
piernas muy juntas, apretadas. Lo veo desde atrás así que me ofrece solo la
espalda. A su lado un hombre, probablemente el padre, conduce el carro; él
seguramente no habla, digo él pero bien podría ser una ella, un pibe o una piba
de unos no sé, calculo once o doce años, no más. Observo mejor y decido que es
un pibe. Ya dije que voy detrás, no le veo la cara. Me pregunto si tendrá los
ojos cerrados. Evidentemente tiene frío.
He frenado en la esquina, los he
visto pasar.
Me los quedo mirando mientras escucho el ruido opaco de los cascos del
caballo al golpear sobre la calle de tierra. Pienso, solo eso, no he hecho más
que pensar durante unos segundos, pensar o más bien preguntarme acerca del niño
cuya cara no he podido ver porque lleva puesta la capucha de la campera; y de
esos pensamientos me ha quedado como un eco conformado por palabras sueltas:
desayuno escuela conectividad madre caballo basura futuro acción soledad miedo
frío amanecer y otras que no recuerdo.
Bellísimo...
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